Los Álvarez, una saga científica con raíces asturianas
Fecha Lunes, 02 septiembre a las 12:49:20
Tema Noticias


Se cumplen 25 años de la muerte de Luis Walter Álvarez, Nobel de Física estadounidense de origen asturiano. Cuando su abuelo, Luis Fernández Álvarez abandonó España en 1887, con trece años, para emigrar a América, nada hacía imaginar que sería el iniciador de una saga de cuatro generaciones dedicadas a la medicina, la paleontología y la física.

El 1 de septiembre de 1988 fallecía Luis Walter Álvarez, "uno de los físicos experimentales más brillantes y productivos del siglo XX", según la revista American Journal of Physics.

Álvarez, de apellido español y nacido estadounidense, fue Premio Nobel de Física en 1968, y la historia de su familia está ligada a campos de la investigación tan dispares como las pirámides de Egipto, la bomba de Hiroshima, la lepra, el asesinato de Kennedy, una enfermedad abdominal y la extinción de los dinosaurios.

La saga de los Álvarez ha hecho muchas y diversas aportaciones al mundo de la ciencia desde finales del siglo XIX. Cuatro generaciones de científicos de distintos campos cuyo origen aparece en un pequeño pueblo asturiano, Salas, donde nació en 1853 el primero de estos hombres de ciencia.



Pero eso sí, aunque se inicia en España, la mayor parte de esta historia tiene como escenario Estados Unidos, ya que, como tantos otros españoles, el iniciador de este clan tuvo que emigrar a América para buscarse la vida y fue allí donde echó raíces.

Con solo trece años, Luis Fernández Álvarez, el primero de los Álvarez científicos, viajó de Asturias hasta Cuba, donde trabajó en una fábrica de tabaco. Poco después emigró a Estados Unidos, se casó y estudió Medicina en lo que hoy es la Universidad de Stanford.

En 1887 se mudó a Hawái, y es ahí donde comienza el legado científico de la familia. Después de ocho años como médico en la localidad de Waianae, a Álvarez se le encargó trabajar en algunas de las leproserías fundadas por el misionero Damián de Molokai.

Según relata el periodista Carlos Rodríguez, autor del libro La saga de los Álvarez, “para prepararse, Álvarez se trasladó al colegio médico John Hopkins en Baltimore, donde permaneció durante seis meses, a costa de sus propios ahorros, estudiando bacteriología día y noche”.

A su vuelta a Hawái, desarrolló un método para mejorar el diagnóstico de la lepra macular: “Con un fórceps pequeño levantaba un pedazo de piel anestesiada que pareciera sospechosa, recortaba con tijera un trozo, la pulverizaba en un mortero pequeño, lo teñía y con su microscopio buscaba los gérmenes teñidos de rojo”, apunta Rodríguez.

El periodista destaca además en su libro que este método, o modificaciones de él, han sido utilizados desde entonces, y que Álvarez también diseñó un tratamiento con el que logró disminuir considerablemente las lesiones producidas por la enfermedad.

Luis F. Álvarez tuvo cinco hijos. Su hija Mabel alcanzó cierta fama como pintora impresionista, y su hijo Walter Clement siguió los pasos de su padre y estudió Medicina.

El médico de cabecera de América.

Walter, que tomó de su padre el segundo apellido, había desarrollado en Hawái su pasión por las ciencias, devorando cientos de libros en la biblioteca pública de Honolulu, y en 1901 comenzó sus estudios médicos en San Francisco.

Trabajó como investigador en la Universidad de California y en la Clínica Mayo, escribió decenas de libros y artículos científicos, y destacó como divulgador. Llegó a ser bastante popular gracias a una columna sobre medicina que escribía en prensa y a frecuentes apariciones en los medios. De hecho, se le llegó a conocer como “el médico de cabecera de América”. Uno de los libros que escribió, Viva en paz con sus nervios, es tan popular que se ha traducido a diez idiomas.

Además, un síndrome psicogénico de naturaleza neurótica, caracterizado por una hinchazón del abdomen sin razón aparente, lleva su nombre. Se trata del Síndrome de Álvarez, descrito en un artículo publicado en 1949 en la revista JAMA.

Pero el talento científico de los Álvarez aun no había alcanzado su clímax, y siguió perfeccionándose en la siguiente generación con Luis Walter, Premio Nobel de Física en 1968 por su desarrollo de la técnica de utilización de la cámara de burbujas de hidrógeno para la física de partículas. Luis Walter Álvarez participó, además, en el proyecto Manhattan, que tuvo como resultado el desarrollo de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Great Artiste.

El 6 de agosto de 1945 el bombardero Enola Gay sobrevolaba la ciudad japonesa de Hiroshima para zanjar de un brutal bombazo la Segunda Guerra Mundial. Unos pocos kilómetros por detrás, Luis Walter Álvarez viajaba en el Great Artiste, otro bombardero B-29 encargado de la observación científica. Álvarez se encargó de medir la fuerza de la onda expansiva de la explosión atómica, lo que permitiría calcular la energía liberada por la bomba.

Así describía el propio Álvarez sus sensaciones en una carta que escribió ese mismo día a su hijo de cuatro años: “Los remordimientos que tengo por formar parte de una misión para matar y mutilar a miles de civiles japoneses esta mañana están mitigados por la esperanza de que esta arma mortífera que hemos creado pueda reunir a las naciones del mundo y prevenir guerras futuras”.

Cuando en 1943 aceptó la invitación de Robert Oppenheimer para incorporarse al proyecto Manhattan, el diseño de Little Boy, la bomba de uranio que se iba a lanzar sobre Hiroshima, ya estaba prácticamente concluido, así que sus tareas se relacionaron con la bomba de plutonio, Fat Man, que posteriormente se arrojó en Nagasaki.

Antes, había estado tres años trabajando en otros proyectos militares, como un sistema de aterrizaje ‘a ciegas’ controlado desde tierra, que permitía a los pilotos aterrizar en condiciones de mal tiempo o baja visibilidad. “Pilotos que con mal tiempo se veían obligados a saltar del avión, ahora tenían la oportunidad de aterrizar”, escribía el científico en sus diarios.

Las cámaras secretas de las pirámides.


Pero Luis Walter también dedicó su tiempo a labores más ‘pacifistas’. Por ejemplo, utilizó una original técnica con rayos cósmicos para detectar posibles cámaras secretas en las pirámides de Egipto.

Tal y como cuenta Carlos Rodríguez en su libro, a Álvarez “le llamó la atención que en las pirámides de Sneferu y Keops había cámaras secretas, pero nadie había encontrado ninguna en la de Kefrén”.

Un equipo dirigido por él trató sin éxito de encontrar estos espacios ocultos ‘radiografiando’ esta pirámide, y presentó sus resultados en un informe publicado en la revista Science en 1969. “Empleamos muones de rayos cósmicos para poner a prueba la pirámide. Los muones son ideales para investigar un objeto tan grande. Los neutrones, rayos X o rayos gamma no hubieran penetrado hasta los detectores”, escribía.

Otra de sus investigaciones tuvo que ver con el asesinato de John Fitzgerald Kennedy en 1963. Luis Walter analizó con detalle las imágenes del magnicidio tomadas por Abraham Zapruder, y aportó nueva información sobre el momento exacto en el que se realizaron los disparos y otros aspectos que ayudaron en la investigación.

La extinción de los dinosaurios.

La última de las contribuciones de Luis Walter a la ciencia sirve de enlace con la cuarta generación del clan, ya que hizo este hallazgo junto con su hijo Walter.

El geólogo Walter Álvarez es desde 1977 profesor en la universidad californiana de Berkeley. Dados sus antecedentes familiares, su condición de científico no es sorprendente, y así lo refleja en la entrevista con Carlos Rodríguez: “En mi familia se daba por supuesto que tenía que ser un científico. Mi padre era físico, pero a mí no me gustaba la física, me gustaba más trabajar en el exterior, en la naturaleza, y por eso me decanté por la geología”.

Padre e hijo fueron los que, junto con los químicos Frank Asaro y Helen Michel, propusieron la hipótesis de que un meteorito fue el responsable de la extinción masiva de los dinosaurios en el periodo Cretácico-Terciario, que se conoce como ‘hipótesis de Álvarez’.

Walter cuenta cómo su padre se interesó por este trabajo alejado de su campo de estudio: “Tenía una gran curiosidad científica y una enorme capacidad para dar nuevos enfoques a problemas, y decidimos que sería interesante combinar su física y mi geología”.

En la entrevista con Rodríguez, Walter señala que en general los científicos atribuían la extinción de los dinosaurios a “cambios climáticos o a un descenso del nivel del mar. En cualquier caso, la extinción se consideraba gradual, a lo largo de unos cuantos millones de años”.

Lo que ellos descubrieron fue que, en las muestras de tierra que tomaron, procedentes de las capas correspondientes a una edad de 65 millones de años, había niveles de iridio cientos de veces más altos de lo normal. Según su investigación, publicada en Science en 1980, este elemento tendría un origen extraterrestre, ya que la concentración de iridio es generalmente más alta en asteroides y otros objetos fuera de la Tierra.

Una de las críticas a su teoría era que no se conocía ningún agujero producido por ese supuesto impacto meteorítico. “Nos gustaría encontrar el cráter provocado por el impacto”, rezaba el estudio. “Solo se conocen tres cráteres de 100 kilómetros o más de diámetro. Dos de ellos son demasiado antiguos y el otro es demasiado joven”.

Lo que los Álvarez no sabían entonces era que un par de años antes un geofísico que trabajaba para una compañía petrolera en el Golfo de México había observado lo que parecía ser un enorme cráter de impacto, el cráter de Chicxulub, que apoyaba la hipótesis de Álvarez, y que posteriormente ha pasado a ser una de las principales evidencias que la sostienen.

Desafortunadamente, Luis Walter, el padre de Walter, murió antes de conocer la existencia de esta prueba.

El origen asturiano.

A pesar del paso de las generaciones, el origen de esta familia está presente en sus miembros. Carlos Rodríguez asegura a SINC que en sus conversaciones con Walter Álvarez este afirmaba que tanto él como su padre se sentían de alguna manera asturianos, y recordaba cómo en un acto celebrado en homenaje al Premio Nobel, la pieza elegida como acompañamiento fue precisamente Asturias, de Isaac Albéniz.

Luis Fernández Álvarez, aquel pionero que tuvo que salir a buscarse la vida fuera de España, recuerda a quienes ahora dejan su país para probar suerte en el extranjero. Quién sabe si alguno de ellos iniciará también una saga de eminentes científicos que aportarán sus conocimientos, descubrimientos y patentes a un país diferente.

Para aclararse con los Álvarez.


Luis Fernández Álvarez.
Nacido en Salas (España) en 1853 y fallecido en Hawái en 1937. Médico. Trabajó en distintas leproserías en Hawái y desarrolló un método diagnóstico para la lepra macular.

Walter Clement Álvarez. Nacido en San Francisco (EEUU) en 1884 y fallecido en 1978. Médico y divulgador, se le conocía como el “médico de cabecera de América”. Describió un síndrome psicogénico que lleva su nombre.

Luis Walter Álvarez.
Nacido en San Francisco (EEUU) en 1911 y fallecido en 1988. Físico. Premio nobel de física en 1968. Participó en el Proyecto Manhattan. Desarrolló junto con su hijo la hipótesis de la extinción de los dinosaurios a causa del impactod eun meteorito.

Walter Álvarez. Nacido en Berkeley (EEUU) en 1940. Geólogo. Responsable de la Hipótesis de Álvarez, que afirma que la extinción masiva de los dinosaurios en el periodo Cretácico-Terciario se debió al impacto de un meteorito.

Guillermo García|01 septiembre 2013 08:00

Figura:
Los cuatro Álvarez. De arriba abajo y de izquierda a derecha: Luis, Walter, Luis Walter y Walter. / Varios

Categoría: Humanidades. Historia.

Noticia procedente del Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC). http://www.agenciasinc.es/







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