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El 22 de agosto se publicó en “Principia”, el suplemento de divulgación científica del periódico “Diario de Avisos”, de Santa Cruz de Tenerife, coordinado por Verónica Martín, el artículo titulado “Voces del más acá”, escrito por Ricardo Campo Pérez, Doctor en Filosofía y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. Por su gran interés lo reproducimos más abajo. Se puede descargar el artículo en su formato original en ESTE ENLACE.
Voces del más acá
Una de las cosas típicas de jóvenes es, ocasionalmente, hacer una oui-ja, que no sirve para nada, o intentar grabar psicofonías, que tampoco, en ambos casos para comunicarse con los espíritus. Quedémonos con esas supuestas voces de más allá, que en realidad son un fraude tal y como las presentan los ocultistas y paranormalistas, porque nunca han ofrecido pruebas de que se trate de inclusiones de otra esfera de realidad en la nuestra. Ni siquiera han empezado por probar que exista esa otra esfera de realidad, así que podemos decir que esas voces que graban en casetes, en minidisc y otros aparatos de captura del sonido son voces del más acá compuestas de confusiones, desvergüenza e ignorancia, todos ellos ingredientes habituales que los investigadores de lo paranormal ponen a contribución con una sonrisa en la cara.
Lo típico es que los investigadores de lo insólito (para ellos) se presenten en alguna casa encantada (otro producto de la imaginación), cementerio o lugar donde ocurrió alguna tragedia, saquen sus casetes y los pongan a grabar un rato. Aseguran que es posible que hayan quedado registradas voces, susurros y sonidos de otra dimensión. Diciendo esto se quedan a gusto, engañan a sus seguidores y, con un poco de suerte, se sacan unos euros publicando en alguna revista parroquial del misterio; incluso te pueden entrevistar adulonamente. Antes de que Internet y la propaganda mediática alcanzasen la fuerza de un tsunami las psicofonías fueron un antojo de Friedrich Jürgenson y Konstantin Raudive, que aseguraban tener cientos de miles de estas voces grabadas. Hemos de pensar que si con una sola no fueron capaces de convencer a la comunidad científica de que existía un reino trascendente con sus correspondientes y habladores habitantes es que esas miles de extrañas grabaciones tienen menos valor que otras tantas cagarrutas de cabra, que al menos, con su discreción y elegancia habituales, sirven de abono. Aquí en España el psiquiatra Fernando Jiménez del Oso las vendía (las psicofonías, no las heces caprinas) de vez en cuando con sus revistas de misterios misteriosos. Sus imitadores le cambiaron el nombre a las viejas psicofonías para llamarlas “fenómeno de las voces electrónicas” y el acto de grabar psicofonías pasó a denominarse “transcomunicación instrumental”, que suena científico a tope, pero es brujería a granel, y los mismos perros con distinto collar, el collar de la pseudociencia enamorada de los chips y los indicadores luminosos. Para nosotros siempre serán psicofonías, cachondeo puro, pero psicofonías.
Conceptualmente las psicofonías forman parte del mismo universo que el espiritismo. Éste es el marco de referencia más amplio donde aquéllas son una manifestación entre otras del mismo. Y de ambos existen las mismas pruebas que del hombre del saco o de Blancanieves: ninguna. Son creencias consideradas posibles por una subcultura recluida en su mayor parte en la red en forma de webs indescriptibles y en grupos del para-feisbuk. Se trata de productos de nuestra cultura animista que no aparecen ahí viniendo de un más allá “dimensional”: residen en nuestra cabeza. Como indica el psicólogo James Alcock (http://www.skepdic.com/evp.html), “La percepción es un proceso muy complejo y cuando nuestro cerebro intenta hallar patrones se guía en parte por lo que espera hallar. Si estás intentando escuchar a un amigo mientras habla en una habitación ruidosa, tu cerebro, guiado por el contexto, recoge automáticamente pedacitos de sonido y los compara con las posibles palabras correspondientes. Así podemos a menudo “oír” más claramente el sonido de lo que la situación realmente permite. El cerebro une las pistas visuales y los sonidos que le llegan del entorno, así que realmente podemos “oír” si sabemos el contexto de lo que se está diciendo. Sin conocer ese contexto no nos enteraremos de nada. La explicación más sencilla -finaliza Alcock- es que lo que la gente oye en el fenómeno de las voces electrónicas es el producto de sus propios cerebros y sus expectativas, más bien que las voces de seres fallecidos”. El fenómeno, llamado pareidolia, es el mismo que cuando vemos una cara o un animal en las nubes o en las rocas. A ello hay que sumar las grabaciones accidentales de voces y sonidos cercanos no percibidos por el “psicofonista”, la sintonización cruzada de varias emisiones de radio, la transmisión de sonidos reales por medio de conductos ionosféricos (que pueden trasladar una emisión de radio o una conversación por walkie-talkie miles de kilómetros) y los fraudes puros y duros, que es tabú hablar de ellos, claro.
Los “investigadores de lo insólito” rechazan estas posibilidades porque refutan su presupuesto mayor: la necesidad de desdoblar el universo para explicar un fenómeno que en realidad es trivial. Pero transformar lo trivial en misterio es lo verdaderamente interesante para un crítico del mundillo paranormal, no que mil chiflados aseguren que han grabado voces de más allá y se disfracen de investigador ante la masa. El fenómeno de las psicofonías, por mucha pose que adopten los parapsicólogos, por muchos nombres rimbombantes con que bauticen a las “asociaciones parapsicológicas españolas del garaje de mi casa” es una curiosidad psicológica producto del deseo de creer y de la aberrante imagen que los medios de comunicación y la propaganda han dado tradicionalmente de los científicos.
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ACDC. 23Ago2013.