Embajadora mundial de los chimpancés
Fecha Jueves, 02 abril a las 10:39:53
Tema Noticias


El día 3 de abril de 2015 se cumplen 81 años del nacimiento en Londres (Inglaterra, Gran Bretaña), en 1934, de Jane Goodall, naturalista y primatóloga que recibió en 2003 el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. En el acta del jurado se señalaba lo siguiente: “Los trabajos de la doctora Goodall, a los que ha dedicado su vida de manera ejemplar e incluso en las más adversas condiciones, constituyen una trascendental aportación científica para comprender las raíces del comportamiento y la cultura humanas.”

Desde el ACDC de la ULL queremos recordar el aniversario de su nacimiento reproduciendo a continuación el artículo titulado “Embajadora mundial de los chimpancés”, escrito por Carolina Martínez Pulido, Profesora jubilada de Biología de la Universidad de La Laguna y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. El artículo se publicó en el periódico “La Opinión de Tenerife”, y está disponible en su formato original en la sección “Biblioteca” de esta página web.

Embajadora mundial de los chimpancés.

El apasionante campo de investigación científica que tiene como objetivo descifrar nuestros orígenes, esto es, la evolución humana, experimentó una espléndida expansión en los años sesenta. Hasta aquellas fechas, la mayor parte de la información disponible para intentar averiguar cómo se originó nuestra amplia familia procedía principalmente de los restos de huesos fósiles hallados por los expertos en excavaciones africanas. Pero, pasada la mitad del siglo XX, era evidente la necesidad de «algo más que huesos secos para reconstruir la humanidad primitiva ». Existía la demanda explicativa de «añadir carne a los huesos», lo que suponía estudiar también los comportamientos.



En efecto, la evolución animal tiene que ver con los cambios anatómicos, fisiológicos o moleculares, pero también con el quehacer real en las vidas diarias de los propios organismos. En el caso de la evolución humana, está claro que si se desea comprender el comportamiento de nuestros lejanos antepasados se hace imprescindible analizar el de nuestros parientes vivos más próximos: los chimpancés. Además, estas observaciones deben realizarse directamente en su hábitat natural.

Ahora bien, los estudios de campo requieren afrontar años peligrosos y difíciles en soledad, intentando un acercamiento a animales impredecibles. Durante las observaciones pueden volverse agresivos, mientras que el investigador no debe portar armas ni ningún otro instrumento de defensa que les llame la atención. Se trata de una tarea que requiere una buena dosis de arrojo y entrega por parte de quienes la realizan. Pues bien, entre las primeras personas que se dedicaron a estos estudios destaca Jane Goodall.

Cuando tenía 23 años, en la primavera de 1957, Goodall llegó a Kenia desde Inglaterra con «la esperanza de poder trabajar con animales». Inmediatamente se puso en contacto con el famoso antropólogo Louis Leakey, que era el conservador del Museo Nacional de Nairobi. El científico pronto fue consciente de la decisión y coraje de la joven, por lo que comenzó a interesarla en el estudio de los chimpancés salvajes. Según la propia Goodall ha recordado, Leakey le habló de «un grupo de chimpancés que vivía a lo largo de las costas de un lago, muy aislado y alejado, y lo excitante que resultaría aprender cosas sobre su comportamiento». Maticemos que en aquellos años se sabía muy poco sobre los chimpancés salvajes, si bien ya se contaba con estudios de estos animales en cautividad, en los que se habían detectado semejanzas muy llamativas entre su comportamiento y el de los humanos. El proyecto entusiasmó tanto a la joven que en el verano de 1960 empezó sus investigaciones de campo. Hay que subrayar que había una cierta urgencia en este trabajo porque los animales estaban bajo la presión de poblaciones humanas vecinas, y muchos expertos dudaban en esas fechas de que pudiesen sobrevivir en estado salvaje.

Cuando Goodall llegó a la costa este del lago Tanganika estaba dando comienzo, sin ella saberlo, al estudio de campo continuado más largo realizado hasta ahora: nada menos que 35 años consecutivos de trabajo sobre un grupo de animales en su hábitat natural. Sus resultados tendrían unos ecos tan sonoros que, como trataremos de reflejar, acabaron por revolucionar el pensamiento científico sobre la evolución humana.

Quizás el descubrimiento más significativo e increíble de Goodall fue que los chimpancés hacían y utilizaban herramientas primitivas, no de piedra, sino de tallos, ramas y hojas. La primera señal de que estos simios usaban herramientas la percibió sólo unos meses después de su llegada. Un día observó a un macho joven sentado al lado de un nido de termitas que «empujaba cuidadosamente un largo tallo dentro de un orificio del hormiguero [...]. Me encontraba demasiado lejos para darme cuenta de lo que estaba comiendo, pero resultaba obvio que estaba usando la ramita como un instrumento ». Cuando el animal se marchó, Goodall usó uno de los tallitos, deshojado y abandonado, introduciéndolo en el agujero y extrajo un racimo de termitas; así supo qué comía el animal. Estas observaciones, y otras semejantes, constituyeron el primer ejemplo registrado de un animal salvaje que usa un objeto como instrumento. Una actitud que apunta claramente al comienzo de la construcción de herramientas.

Con posterioridad, la científica constató que los chimpancés «transmitían las tradiciones sobre el uso de instrumentos de una generación a la siguiente, a través de la observación, la imitación y la práctica, de modo que era de esperar que cada población tuviese su propia cultura en el uso de herramientas». En consecuencia, según Goodall, los humanos no serían las únicas criaturas capaces de razonar o de formar ideas. Afirmaba que «con la notable excepción del ser humano, los chimpancés usan más objetos para una mayor variedad de propósitos que ninguna otra criatura». Además, otro aspecto significativo del comportamiento de los chimpancés detectado por Goodall fue el uso de la carne como alimento. En efecto, fue testigo de algo que nadie había visto antes: unos chimpancés comiéndose a un pequeño cerdo que habían matado.

La tenaz investigadora también realizó observaciones relacionadas con la actitud de las crías. Comprobó que éstas prestan gran atención a sus mayores y copian sus comportamientos, es decir, aprenden imitando actitudes necesarias para sobrevivir como miembros maduros de su especie. Goodall ha revelado que inicialmente se sintió muy sorprendida ante la entrega y tolerancia que las madres chimpancés muestran con su prole. Asimismo, enfatizó que la comunicación no verbal, vital para estos simios, puede haberse dado de manera similar en los antepasados humanos, ya que desde sus primeras observaciones confirmó la marcada tendencia de los chimpancés a tocarse, abrazarse, acicalarse, tomarse de las manos e incluso besarse.

Pero, tras varios años de observaciones, Jane Goodall también comprobó que los chimpancés no eran sólo los pacíficos y amables animales que en un principio creyó. Eran igualmente capaces de organizarse en «comunidades guerreras» de cazadores de carne, e incluso, actuar como asesinos caníbales de criaturas. Este tipo de comportamiento, violentamente destructivo, resultó para Goodall tan triste como la guerra humana, «como nosotros, los chimpancés también tienen su lado oscuro», anotaría con desilusión, confirmando que «son incluso más parecidos a nosotros de lo que había imaginado.[...]. Son más humanos de lo que había supuesto al principio».

Al hilo de estos descubrimientos, muchos investigadores están de acuerdo con Jane Goodall en que los chimpancés, además de cazar, servirse de útiles y guerrear, dan muestras de pensamiento razonado, usan la memoria, y están dotados de intención comunicativa y de capacidad para planear el futuro inmediato. Todo ello ha contribuido a dar veracidad a lo escrito por la científica: «los chimpancés, quizás más que ningún otro ser vivo, han servido para hacer borrosa la línea de separación que una vez creímos tan clara entre los humanos por un lado y el resto del reino animal por el otro». Asimismo, ha comentado haber «observado sentimientos similares al odio, al amor, al miedo o a la desesperación» entre los simios.

Jane Goodall ha descrito en un lenguaje muy atractivo, al tiempo que riguroso, sus singulares experiencias observando a los chimpancés de las orillas del lago Tanganika. Sus numerosos libros y artículos han alcanzado gran popularidad y algunos de ellos se han convertido en clásicos de la literatura científica contemporánea. Ha recibido numerosos premios y reconocimientos por «ayudar a millones de personas a comprender la importancia de la conservación de la vida salvaje en este planeta».

En sus difundidos libros, Goodall ha escrito que «los chimpancés me han dado mucho. Las largas horas que he pasado con ellos en el bosque han enriquecido mi vida más allá de cualquier medida. Lo que he aprendido de ellos ha dado forma a mi comprensión sobre el comportamiento humano, sobre nuestro lugar en la naturaleza». Pero también ha señalado que «la tragedia está en que nunca sabremos toda la amplitud del rango del comportamiento de los chimpancés, porque se están extinguiendo». En efecto, en 1960 había aproximadamente dos millones de chimpancés en África; hoy sólo existen entre 120.000 y 150.000. «A medida que se destruye su hábitat (por un incremento de las poblaciones humanas) sólo quedan islas cada vez más pequeñas de bosques, demasiado limitadas como para contener un acervo genético viable».

Actualmente, Goodall se ha convertido en una activa defensora de los chimpancés, denunciado su exterminio en nombre del progreso. El fruto de sus esfuerzos por salvar a estos animales le ha sido reconocido con ese «título» por el que es conocida: «embajadora mundial de los chimpancés». Así por ejemplo, en una entrevista publicada el 9 de marzo de 1997 en el periódico La Vanguardia denunciaba de manera precisa la falta de ética que comporta el uso de chimpancés para realizar experimentos con ellos. Respondiendo a una pregunta decía: «Me gustaría insistir en un punto que a menudo se olvida. El estudio de los chimpancés no sólo ha cambiado la imagen que tenemos de nosotros mismos. También ha cambiado la imagen que tenemos de ellos. Y ha servido para que los experimentos que se hacen con estos animales sean cada día más cuestionados [...]. En mi opinión, es totalmente ilógico experimentar con chimpancés. Es ilógico decir que son tan parecidos a nosotros que podemos utilizarlos para investigar nuestros problemas, porque, si se nos parecen tanto, ¿cómo puede ser ético utilizarlos? En realidad yo creo que debemos ayudarlos por motivos humanitarios».

En otra entrevista, publicada el 27 de mayo de 2003 en el periódico El País, Goodall afirmaba que «los humanos y los chimpancés tienen muchas similitudes de personalidad, el mismo tipo de emociones, la capacidad intelectual que le permite hacer cosas que sólo los humanos hacen. La gente ha tenido que admitir que no somos los únicos seres del planeta que tienen personalidad y sentimientos». Más adelante, en relación a la amenaza a la supervivencia de los chimpancés, la infatigable científica continúa denunciando a «las empresas que llegan, construyen carreteras que penetran en las selvas cientos de kilómetros, abaten a los chimpancés, ahuman la carne y la transportan con camiones a las ciudades, donde se paga mucho dinero por ella. Eso es insostenible».

El ejemplo de esta prestigiosa y valerosa científica demuestra que las selvas, con su flora y fauna, no solamente deben llamar a nuestra sensibilidad para su conservación. Desde ellas se nos devuelve el eco de los sonidos que siguen articulando esos extraordinarios parientes que aún resisten a sus «evolucionados depredadores». Es una de las grandes enseñanzas de Jane Goodall.
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Figura: Sello de correos del África Occidental Francesa, de 1955, con la imagen de un chimpancé. La imagen de este sello de correos se ha utilizado exclusivamente con fines docentes y divulgativos, sin ánimo de lucro.

Categoría: Publicaciones Recomendadas.

Carolina Martínez Pulido.
ACDC. 02Abr2015.







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