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Serpiente de verano (y una alerta ovni)
 

El 16 de agosto de 2014 se publicó en “Principia”, el suplemento de divulgación científica del periódico “Diario de Avisos” de Santa Cruz de Tenerife, coordinado por Verónica Martín, el artículo titulado “Serpiente de verano (y una alerta ovni)”, escrito por Ricardo Campo Pérez, Doctor en Filosofía y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. Por su gran interés lo reproducimos más abajo. Se puede descargar el artículo en su formato original en ESTE ENLACE.

Serpiente de verano (y una alerta ovni).

La serpiente de verano por antonomasia era los platillos volantes. Ahora el mito de las apariciones de naves extraterrestres, explotado por traficantes del misterio que se hacían pasar por periodistas, ha descendido de categoría y ni siquiera ocupa las páginas de la basura en la prensa escrita.

En otras épocas, la creencia social en las visitas alienígenas estaba presente entre la gente normal aunque de gustos metafísicos descafeinados; pero no eran mayoritariamente pornógrafos del platillo volante como los que encontramos en Internet (u otros que luego pasaron a explotar figuras religiosas como Jesucristo), lugar donde toda la basura espacial (no me refiero a satélites inservibles ni cosas parecidas) campa sin discriminación alguna. Ahí podemos encontrar desde meritorios analistas del viejo folclore de los platillos como Jack Brewer (http://ufotrail.blogspot.com.es/) hasta una ridícula colección de bufones como los que protagonizan el documental Ancient Aliens (en http://ancientaliensdebunked.com –hay versión subtitulada- tienen una refutación completa de las paridas de quienes aseguran, después de tomarse unas copas, que los ETs ayudaron a los egipcios a construir las pirámides o a poner derechos los moais a los antiguos pobladores de Pascua).



Incluso cuando los platillos volantes dejaron de ser noticia de primera página en la prensa todavía motivaban a gente aficionada mediante espectáculos como las alertas ovni, un invento de José Antonio Alés para que la gente oyera su programa de radio por la noche. La más importante de estas romerías fue la que tuvo lugar en Las Cañadas del Teide la noche de 24 de junio de 1989. Fue organizada por Radio Nacional y entre los que cortaban el bacalao de la publicidad se encontraba un grupo de contactados madrileños que vino por la época a Canarias a quedarse con el personal unos años y un periodista del misterio local que vendía platillos volantes al peso en la Recova. Al parecer, unas 10.000 personas se dieron cita en el lugar, donde, por supuesto, no apareció ni uno de los huevos de Alien, con perdón; me refiero a los huevos de Ridley Scott, a los que ponía la mamá de Alien, quiero decir.

Yo fui y esperé la bajada de las naves extraterrestres pero lo único que bajó allí fue la temperatura, que rondaba los 0 grados, y todo fue una descomunal tomadura de pelo a los asistentes, con parafernalia Encuentros en la tercera fase. Para otros, seguramente, significó toda una experiencia de comunicación, un acto colectivo de identificación con los seres del espacio a través de los años luz que nos separan. Algunos también debieron ver ovnis, aunque quizá se trató de los aviones que sobrevolaron la isla durante la alerta y que provocaban murmullos entre los asistentes. Quien se atrevía a apuntar esta posibilidad –el autor, por ejemplo- era mirado como si de un aguafiestas se tratara. O, tal vez, los bromistas que, cerca del cráter del Teide, se dedicaron a apuntar con linternas hacia la multitud congregada abajo propiciaran el anhelado cambio de conciencia... O quizá se trató del astrofísico Lluis Tomás Roig, que junto con dos compañeros se encontraba contemplando desde el observatorio de Izaña la larga cola de vehículos que se dirigía a Las Cañadas, al mismo tiempo que se preguntaban por la poderosa razón que movía a tanta gente a pasar una noche en vela. El público no podía quedar defraudado, me comentó Roig: “Había que hacer algo”. Y se pusieron manos a la obra: en el observatorio del Teide había material sobrante de las prospecciones para determinar si Izaña era el lugar ideal para instalar los telescopios solares. Disponían de un gran globo-sonda, de una enorme cometa, botellas de hidrógeno y pintura fluorescente. “Ah!, y una magnífica linterna de señales de color rojo-naranja”, agregó. En un abrir y cerrar de ojos planearon y confeccionaron el “ovni”. Pintaron parte del globo, introdujeron en él la linterna y utilizaron el largo cable de recogida de la cometa para mantener el globo bajo control. Cargaron todo el material en un Land Rover junto con la botella de hidrógeno y se dirigieron a Las Cañadas.

Ya de noche, se ocultaron entre unas retamas y procedieron a inflar el globo. Naturalmente, entre las prisas, los nervios, el temor a ser descubiertos y la falta de experiencia, la cosa no podía funcionar bien, pero durante algunos minutos el extraño artefacto voló majestuoso por encima de la reunión cósmica. “¡Oíamos gritos de gente extrañada! ¡Ahí están!, decían unos”, me aseguró Roig. En la carretera cercana un taxista frenó en seco, lo que produjo un pequeño choque en cadena de cuatro coches... Viendo que la gente se dispersaba y que algún grupo se dirigía rápidamente hacia el lugar en el que se encontraban escondidos, los astrónomos cortaron el cable que sujetaba el globo y éste desapareció en lo alto. Misterio y enigmas, señores. Que cada uno saque sus propias conclusiones.

Categoría: Publicaciones Recomendadas.

RCP.
ACDC. 19Ago2014.


Enviado el Martes, 19 agosto a las 09:54:22 por divulgacioncientifica (881 lecturas)
 
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