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El 31 de octubre se publicó en “Principia”, el suplemento de divulgación científica del periódico “Diario de Avisos”, de Santa Cruz de Tenerife, coordinado por Verónica Martín, el artículo titulado “¡Centellas!”, escrito por Ricardo Campo Pérez, Doctor en Filosofía y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. Por su gran interés lo reproducimos más abajo. Se puede descargar el artículo en su formato original en ESTE ENLACE.
¡Centellas!
Aunque parezca sorprendente, las centellas son un asunto prohibido para los reporteros del misterio, esos que detectan un enigma insondable en una acera mojada después de un chaparrón. Las centellas, también conocidas como rayos globulares (ball lightning) en el ámbito anglosajón, son un fenómeno natural que carece aún de explicación completa, aunque hay modelos explicativos, como es lógico, porque lo que desea cualquier científico y sujeto sensato es explicar, eliminar el misterio, lograr que los enigmas desaparezcan. Quien venda lo contrario es un estafador cultural. Ignoramos en qué medida la abundante casuística de extrañas luces y objetos luminosos publicada en libros sobre supuestos enigmas tiene su origen en manifestaciones de rayos globulares, pero es indudable que han jugado un papel en la amañada historia periodística de los ovnis.
Los rayos globulares podrían ser caracterizados como un tipo de descarga eléctrica consistente en una bola de gas fuertemente ionizada que se produce en tiempo de tormenta, aunque también en ausencia de ésta y con tiempo seco. Algunos relatos describen formas luminosas esféricas que se desplazan rápidamente o quedan estáticas. Su diámetro ronda los treinta centímetros, pero existen informes que apuntan a diámetros mayores. Sus movimientos son erráticos e independientes en ocasiones de la dirección del viento y de la gravedad. Rojo y anaranjado son colores frecuentes, y se han podido computar velocidades superiores a 100 Km/h. Su anómala duración ronda los diez segundos, quizá el aspecto que más intriga a los investigadores. Puede producir sonidos semejantes a zumbidos y desprender un olor que recuerda al azufre. En ocasiones ha interferido emisiones de radio, además de dejar huellas en el suelo y afectar a seres humanos con parálisis y quemaduras. En España es el investigador valenciano Vicente-Juan Ballester Olmos quien tiene el más amplio banco de datos nacional sobre casuística centelleante. En sus libros Investigación ovni, de 1984, y en la Enciclopedia de los encuentros cercanos con ovnis, de 1987 (no se asuste el lector por los títulos: no encontrará en ellos la habitual colección de majaderías, presupuestos no probados, amaneramientos intelectuales pseudo-poéticos y rebeldía cateta de la inmensa mayoría de los productos editoriales en este ámbito) incluye una variada selección de casos de extrañas luces observadas en nuestro país que podrían haber tenido su origen en este fenómeno atmosférico auténticamente enigmático.
El catedrático de la Universidad Complutense de Madrid Antonio Fernández Rañada propuso en medios académicos una teoría sobre su origen. Postula la existencia de un nudo electromagnético que en determinadas condiciones de temperatura y velocidad del aire, durante una tormenta, formaría una especie de ovillo en el cual las líneas magnéticas se entrelazan de dos en dos. Otros autores apelaron en Nature (febrero de 2000) a la oxidación de una red de nanopartículas al chocar los rayos normales contra el suelo, de lo que existe, además, evidencia experimental.
En Canarias es obligado citar en este contexto la leyenda de “la luz de Mafasca”, en Fuerteventura. Se trata de una pequeña luz esférica de tonos azulados o rojizos que se aparece -o aparecía- a los caminantes del llano central de la isla majorera, en el municipio de Antigua, siguiéndolos durante un trecho hasta desaparecer.
Telesforo Bravo cuenta en el tomo II de su Geografía General de las Islas Canarias que, en 1950, el jefe del Servicio Meteorológico del aeródromo de Los Estancos, en la isla majorera, vio una extraña luz que “tenía forma redondeada, cuyo tamaño sería del foco de una linterna y un color blanquiazul bastante brillante; en estas condiciones la observé durante unos cinco minutos y una distancia aproximadamente de sesenta metros; acto seguido se vino hacia donde yo estaba “posándose” en el copo de una higuera que se encontraba a unos nueve metros, entonces aumentó su tamaño hasta llegar a unos cuarenta centímetros de diámetro, siempre completamente redonda y un color entonces, de un blanquiazul que tenía en un principio, a un color oro rojizo como si tuviera llamas en su centro; también observé que al llegar al máximo de su tamaño se desprendían unas chispas por toda su periferia, definiéndose vulgarmente, como lo que sucede al afilar una herramienta en la piedra de esmeril, dejando de brillar estas chispas a unos veinte centímetros del disco y sin dejar rastro alguno; una vez ocurrido esto y pasados unos nueve minutos volvió a su primitivo estado viéndolo desaparecer a ras de la tierra a gran velocidad”. En ningún momento el testigo menciona tiempo tormentoso.
Un proyecto multidisciplinar formado por físicos atmosféricos, antropólogos y folcloristas podría aportar una explicación racional y definitiva de la leyenda de Mafasca y de otras similares del archipiélago. Para ello no hace falta apelar a “lugares mágicos” ni a sobre-naturalezas producto de la mente hiper-misteriófila. Quienes han divulgado estos relatos y anécdotas sin crítica alguna en el ámbito de los enigmas domingueros no han movido un dedo para ofrecer al interesado una visión racional porque el pensamiento mágico les coarta y les impide acercarse realmente a la ciencia; quedan anclados en el mundo de la magia, lo alternativo y otros somníferos televisivos.
Categoría: Publicaciones Recomendadas.
RCP.
ACDC. 31Oct2013.
Enviado el Viernes, 01 noviembre a las 10:52:12 por divulgacioncientifica (842 lecturas)
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