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El caso del niño traumatizadito
 

El 19 de abril se publicó en el blog “Dulces prejuicios” el artículo titulado “El caso del niño traumatizadito”, escrito por Carlos Santamaría Moreno, Doctor en Psicología, Profesor Titular de Psicología Básica en la Universidad de La Laguna y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. Por su gran interés para la promoción del pensamiento crítico, es decir, para la promoción entre otras cosas del análisis de las opiniones o afirmaciones que en la vida cotidiana suelen aceptarse como verdaderas, lo reproducimos más abajo.

El caso del niño traumatizadito.

Están por todas partes. Sin duda el lector se ha encontrado con ellos. Son unos seres de pequeña estatura que parecen destinados a dominar el mundo. Se cruzan con la gente por las calles, en los centros comerciales, en los pasillos del metro… es evidente para todos que siempre tienen preferencia. Parece ser que proceden de nuestro propio planeta pero algo les hace especiales.

Suelen molestar a la gente de muy diversas formas: salpican arena, escupen, pegan chicles en cualquier sitio, gritan desaforadamente… Si al toparnos con uno en el pasillo del supermercado tenemos que parar de golpe para que pase, enseguida nuestros ojos encontrarán los de algún adulto que nos sonríe con una expresión que expresa algo como: “No me diga que no tiene gracia la criatura”. Uno sospecha que quien sonríe guarda algún parentesco con tal criatura. Sería difícil explicárselo de otro modo. Y si es su padre o su madre ¿no se siente algo responsable del comportamiento de la criatura? ¡En absoluto!, se limita a  compartir con nosotros su embeleso. Si no lo es… ¿qué le pasa?



Y uno se dice para sí: si todos están de acuerdo, algo debe de haber. Algún guardián debe defender a estos pequeños seres para que todos toleren sus malos modos con tanto estoicismo, y hasta con entusiasmo.

Creo haber identificado al guardián. No es un monstruo ni un vigilante ... pero es un fantasma: El fantasma del trauma infantil.

La doctrina del trauma infantil dice algo así como lo siguiente: si un niño es obligado a comer verdura, pescado o fruta sin pelar ni triturar, o si se le prohíbe sacarse los mocos en público, ver la tele durante horas, pegar a su abuela o columpiarse en el cable de la plancha, urdirá un trauma que tal vez haga de él un asesino en serie, un machista maltratador, un enfermo  neurasténico o un desgraciado de índole inespecífica.

Se trata desde luego de una doctrina absolutamente disparatada, pero que curiosamente ha encontrado un tremendo arraigo popular. La principal consecuencia de dicha doctrina es la proliferación de los sujetos antes descritos (seres ostensiblemente no traumatizados). La causa en cambio es algo más complicada.

El origen del concepto de trauma es bastante reciente. Por ejemplo, si una novela cuenta que sus contemporáneos atribuyeron la maldad de Nerón a un trauma infantil, su rigor histórico es similar a si dice que César fue asesinado por un grupo de hackers informáticos. Como curiosamente las pifias en el pensamiento de los personajes se excusan de muy buen grado en el género histórico, no es raro ver argumentos como el primero.

La idea del trauma psicológico no existía en la cabeza de nadie (y menos en la del pueblo común) antes del siglo XX (las primeras referencias a un concepto similar son de finales del XIX en publicaciones especializadas). La idea surge como una extensión de los traumatismos físicos y se aplica desde entonces a situaciones extremas en que las personas no pueden asimilar la crudeza de los acontecimientos, de forma que les quedan secuelas psicológicas. Se da especialmente en situaciones catastróficas o en desgracias personales. Así existe actualmente como categoría diagnóstica en lo que se llama Síndrome de estrés postraumático. En este contexto (según el manual diagnóstico más utilizado por los psiquiatras y psicólogos de todo el mundo, el DSM-IV-TR) el trauma para ser considerado como tal, debe referirse a: “acontecimientos caracterizados por muertes o lesiones graves reales o amenazadas, o por una amenaza a la integridad física propia o de los demás” …Ninguna referencia a comer verdura cocida o impedir a alguien ver Dragon ball hasta la madrugada.

La razón por la que el fantasma se extendió tan rápido para salir en defensa de un buen número de criaturas tiene relación con varios asuntos. En primer lugar, el psicoanálisis de Freud y sus seguidores popularizó la palabra trauma y la sometió a una extensión semántica extraordinaria. Hasta el punto de que los hechos traumáticos podían producirse incluso en el momento del nacimiento (una especie de pecado original que sería común a todos los humanos y que se basa en una aberración neurológica ya que es imposible que se asiente ningún recuerdo a esa edad). Luego vinieron el cine y la televisión y nos llenaron el imaginario de villanos postraumáticos. Si en una película sale alguien malvado no es raro que se aporte una explicación relacionada con su traumática infancia. Sin embargo, los traumas de los malos de las películas suelen ser bastante más penosos que los del niño potencialmente traumatizadito. Por ejemplo, parece ser que Hannibal Lecter presenció como a su hermana la mataban a hachazos para después comérsela unos ucranianos pro nazis. Un hecho que, desde luego, a ningún niño pasaría desapercibido.

Sin embargo, da la impresión de que al extenderse por el mundo, la idea de trauma ha llegado a tomar la estructura de un hecho trivial de desmedidas consecuencias. Es decir que al negar al niño el capricho más nimio desencadenaríamos en el fondo de su cerebro una tormenta psíquica de consecuencias insospechadas.

La consecuencia del asunto es que miles de criaturas van por el mundo con la pesada carga de tener que asumir la jefatura de la tribu. La evitación del temido trauma las obliga a tomar decisiones continuamente: qué quieres cenar hoy, vamos al parque o a la playa, te quedas hoy con mamá o con papá, vamos el domingo a casa de la abuela… En ninguna especie de mamíferos sociales y en ninguna sociedad primitiva humana este tipo de decisiones corresponden al más pequeño del grupo. El control sobre las situaciones y la toma continua de decisiones es estresante (no hay más que ver lo que les pasa a los ejecutivos). Sobre todo cuando las decisiones que tenemos que tomar nos vienen largas. Las criaturas sometidas a un excesivo control sobre su entorno pueden desarrollar un alto grado de estrés… y el estrés no sólo es malo a largo plazo, sino que afecta radicalmente al aprendizaje.

Estudios recientes indican que el estrés aumenta la búsqueda de recompensas positivas y reduce la evitación de las consecuencias negativas de nuestras decisiones. Por resumirlo de forma escueta: los humanos estresados comen más dulces y conducen los coches de forma alocada. Lo más preocupante del hallazgo es que las personas estresadas tienen especiales dificultades para aprender a partir de las consecuencias negativas de sus actos: seguirán haciendo lo que les perjudicó.

Tal vez en el futuro el fantasma del niño traumatizadito deje una estela de seres extraordinarios. Curiosas criaturas que fueron sometidas a un peculiar programa de aprendizaje. Una experiencia tal vez única en la historia de nuestra especie. No sabemos adónde llevará. A la última de estas criaturas le perdí la pista cuando entró a orinar en un portal.

Figura: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:GremlinStripeByInti.jpg

ACDC. 29Abr2013.


Enviado el Lunes, 29 abril a las 09:15:39 por divulgacioncientifica (902 lecturas)
 
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