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El lago Ness y su monstruo inexistente (Buscando a Nessie desesperadamente)
 

El día 21 de abril se cumplen 79 años de la publicación en el periódico “Daily Mail”, en 1934, de la fotografía trucada más conocida del denominado monstruo del lago Ness. Es la famosa “fotografía del cirujano”, supuestamente tomada por Robert Kenneth Wilson, un ginecólogo londinense. La publicación de la imagen, en la que aparecían el cuello y la cabeza del “monstruo”, contribuyó notablemente a aumentar su popularidad. Aprovechamos el aniversario para reproducir a continuación el artículo sobre el lago Ness y su monstruo inexistente escrito por Ricardo Campo Pérez, Doctor en Filosofía por la Universidad de La Laguna y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. El artículo se publicó en “2.C = Revista Semanal de Ciencia y Cultura” del periódico “La Opinión de Tenerife”, editado en Santa Cruz de Tenerife, y está disponible en su formato original en la sección “Biblioteca” de esta página web.

El lago Ness y su monstruo inexistente.

La popularidad de la leyenda del monstruo del lago Ness (Escocia) no ha supuesto que las pruebas sobre la existencia del citado espécimen “criptozoológico” sean contundentes; al contrario, estamos ante uno de esos pseudo-misterios alimentados por divulgadores poco cuidadosos y por el ansia irracional de "cosas raras" de muchas personas que, a menudo, dejan su escepticismo natural bien amarrado en casa cuando se disponen a comprar un producto "paranormal" o a dejar que algún medio de comunicación les inyecte un poco de anti-ciencia disfrazada de "ciencia alternativa".



Convertido en un símbolo nacional de Escocia, Nessie, el monstruo del lago escocés cercano a la localidad de Inverness, es tan tímido que nunca se ha dejado fotografiar a plena luz del día y desde diversos ángulos simultáneamente. Jamás ha aparecido resto orgánico alguno que haya permitido identificar a la especie a la que supuestamente pertenece, jamás una prueba confirmada por laboratorios independientes, ninguna expedición zoológica ha sido capaz de demostrar la irrefutable existencia de un ser que más parece habitar en la imaginación de muchos creyentes y tener un lugar destacado en el panteón de los misterios más trasnochados. Nessie es "hermano" de los platillos volantes.

El monstruo cuenta con sus “abogados”. Se trata de los “fabricantes de paradojas paranormales” que hacen uso del argumento acumulativo. Éste consiste en espetar una extensa colección de “casuística” en forma de anécdotas con las que se pretende demostrar la existencia de algún hecho o fenómeno misterioso. Un ejemplo paradigmático es el de la criptozoología, que consiste en la recolección de infinidad de testimonios sobre observaciones del Yeti, su hermano americano el Big Foot o nuestro invitado, el superbicho del lago Ness. Sabido es que la ciencia depura la información anecdótica.

Las crónicas más antiguas sobre el monstruo se refieren al siglo VI de nuestra era, cuando San Columbano andaba a la caza de paganos escoceses para convertirlos al cristianismo. Un día se tropezó con nuestro animalito, al que apaciguó su proverbial mal genio. Dejando de lado esta leyenda piadosa, podríamos preguntarnos por qué no existen testimonios o crónicas anteriores al siglo VI: si estamos ante una especie que se ha perpetuado tal vez desde la era secundaria –pues algunas arriesgadas especulaciones afirman que podría tratarse de un tipo de dinosaurio no extinto- sin duda debería haber sido visto con anterioridad y quedar constancia de tan sorprendente visión.

No existen pruebas irrefutables de la existencia de Nessie. Esto es enormemente sospechoso. No hay ningún fenómeno de la naturaleza que se oculte premeditadamente –y éste parece ser el caso de las más estrafalarias especies “criptozoológicas”. Esto es algo que saben todos los científicos y las cabezas mínimamente educadas en el pensamiento científico. Tal circunstancia iguala al monstruo del lago Ness con los ovnis: ambos son un “fenómeno celoso”, como definiera irónicamente Robert Sheaffer (http://www.debunker.com) a los platillos volantes en su clásico ensayo Veredicto OVNI (Ed. Tikal, 1994). Nessie y los ovnis: ambos ocultándose permanentemente, no dejándose ver jamás con claridad, en su limbo de claroscuros, donde moran todas las creencias y leyendas que los humanos nos hemos inventado.

Parece ser que la “era moderna” de Nessie se inició en 1934, cuando un matrimonio observó una gran estela en el lago y creyó divisar algo parecido a dos jorobas. Se ha asegurado que el lugar era casi desconocido antes de esa fecha y que no había carretera de acceso, motivo por el cual no existían testimonios previos. Esto es falso: como apuntó José María Roc en La Alternativa Racional, nº 38, las inmediaciones del lago Ness eran usadas como lugar de descanso en el siglo XIX y desde la centuria anterior existía una carretera que bordeaba las aguas. A partir de entonces se dispararon las observaciones del monstruo. Igual que con los ovnis: fue en 1947 cuando a partir de la observación de nueve objetos voladores por parte de un piloto de avionetas llamado Kenneth Arnold en la zona noroccidental de Estados Unidos que se desató la oleada de observaciones de platillos volantes, epidemia que, con altibajos, se extendió hasta la actualidad, al calor de la publicidad de infames cultivadores  del misterio más rancio del siglo XX. Volviendo a la pareja citada, los McKay, nadie se preguntó si tenían conocimiento con anterioridad a su observación de la leyenda del monstruo y si tal hecho pudo haber influido en su relato.

Las creencias y las expectativas son determinantes a la hora de observar algún fenómeno de apariencia extraña. No se puede descartar la posibilidad de que muchos testimonios fueran debidos a objetos flotando en la superficie del lago, como troncos o rocas salientes, u observaciones de la fauna local. Los lagos de aguas frías como el Ness son propicios para observar una amplia variedad de espejismos que pueden distorsionar objetos o animales comunes situados en sus aguas, como muestran diversos estudios. No en vano a Nessie le han atribuido una gran variedad de formas y tamaños, lo cual no dice mucho a favor de que se trate de una especie concreta de anfibio o reptil; más bien nos lleva a pensar que hay tantos Nessies como testigos, aunque ninguno tenga una existencia real más allá de la imaginación de cada uno.

¿Qué decir de las fotografías del monstruo? Todas borrosas, como buen “fenómeno anómalo” que se precie. Supuestamente existen centenares de testimonios que aseguran haber observado al monstruo, pero, sin embargo, ni una sola instantánea irrefutable, nítida y de calidad. ¿Será que ninguno de los miles de turistas y “criptozoólogos” que visitan el lago lleva cámara fotográfica? Si incluso de sucesos como los accidentes aéreos comerciales contamos con fotos y filmaciones de vídeo auténticas, aún tratándose de casos afortunadamente poco frecuentes, ¿cómo es posible que no existan documentos de la misma categoría en los que se contemple la aparición de nuestro animalito retozando en la superficie del lago o en la orilla del mismo? De hecho, la foto más famosa tomada en 1934 por el médico Robert Wilson resultó ser un fraude, un muñeco imitando el cuello y la cabeza de un ser semejante a los desaparecidos plesiosaurios sobre un trozo de madera. Ronald Binns llevó a cabo un exhaustivo análisis crítico de todo el material fotográfico en The Loch Ness Mystery Solved (El misterio del lago Ness resuelto), una de esas obras necesarias que permanecen sin traducir a nuestro idioma (puede adquirirse a través de Prometheus Books http://www.prometheusbooks.com).

Los aficionados a la criptozoología suelen desconocer las exigencias habituales de la ciencia contemporánea para que una investigación pueda ser llamada científica. Todos los años se descubren centenares de especies de artrópodos y un número menor de reptiles, aves y mamíferos, circunstancia de la que parecen no enterarse los amigos de Nessie y el Yeti. Los científicos desean fervientemente hallar nuevas especies, al contrario de lo que algún ignorante se ha atrevido a asegurar. Para los zoólogos no supone otra cosa que prestigio profesional el probar que nos encontramos ante una nueva especie o subespecie desconocida; pero los requisitos para ser aceptada por la comunidad científica son importantes: el autor del descubrimiento debe publicar un artículo sobre su hallazgo en una revista académica con sistema de arbitraje y debe existir un ejemplar de la especie depositado en un museo u organismo competente a la vista de todos los interesados, o bien un fragmento del organismo original, conformando lo que se llama el holotipo. A ello hay que añadir en los últimos años las infalibles pruebas de ADN. ¿Dónde está el ADN de Nessie, del Yeti o de algún dinosaurio vivo de esos que la leyenda asegura que pulula por algún remoto rincón de África? Estos criterios son suficientes para distinguir claramente entre la ciencia zoológica y la pseudociencia “criptozoológica”, entre rigor intelectual y la charlatanería amparada en la credulidad y el fervor semi-inconsciente por lo “anómalo”.

Nessie -como tantos otros monstruos-  se resiste a presentarse en público a pesar de que la aseguradora Lloyd´s ofreció en 1971 un millón de libras a quien a quien lo capturara y lo mostrara en público, cediéndolo a continuación al Museo de Historia Natural de Londres. Han pasado 42 años y seguimos esperando.

Figura: “Creemos en el monstruo”, texto que figura en el cartel anunciador del Centro de Exhibición del Monstruo del Lago Ness. Autor: Immanuel Giel (Wikipedia). http://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Loch_Ness_Monster

ACDC. 19Abr2013.


Enviado el Viernes, 19 abril a las 09:35:55 por divulgacioncientifica (6782 lecturas)
 
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