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A la caza del material genético marciano
 

Si existiera vida en Marte es posible que fuese parecida a la de la Tierra. No por casualidad, sino porque hace cuatro mil millones de años los dos planetas intercambiaron toneladas de material en forma de meteoritos. Dos figuras mediáticas, Jonathan Rothberg y Craig Venter, son la parte más visible de los equipos que ‘compiten’ para que el siguiente viaje de la NASA al planeta rojo lleve a bordo un secuenciador de ADN y ARN.

Hay varios métodos para detectar si Marte alberga vida debajo de su superficie. El ideal, sin duda, sería enviar un nutrido grupo de científicos ataviados con bata blanca, escafandras y toda clase de artilugios.

Como el viaje aún es inviable, otra opción factible se perfila en el horizonte: una máquina que sea capaz de obtener material del suelo marciano, detectar el ADN o el ARN que pueda contener, secuenciarlo –leerlo– y enviar la información mediante ondas de radio de vuelta a la Tierra. Dos figuras muy mediáticas están detrás de este objetivo: Craig Venter y Jonathan Rothberg.



El científico y empresario Craig Venter, el mismo que en 2010 anunció que había creado vida sintética, anunció en una conferencia en Nueva York el pasado mes de octubre que su equipo ya está probando un secuenciador en el desierto de Mojave (EE UU) y se mostró totalmente convencido de que en Marte hay formas de vida basadas en ADN. ”Esto es así, cuando repitamos esta entrevista en 20 años lo veremos”, afirmó con contundencia al pasmado entrevistador.

Por otro lado, científicos del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT por sus siglas en inglés) y la Universidad de Harvard configuran el grupo de búsqueda de genomas extraterrestres (SET-G). Este proyecto, liderado por el biólogo molecular Gary Ruvkun y Maria Zuber, reconocida planetóloga, está financiado por la NASA desde el año 2003. “Parece ser que Venter cree que ha sido el primero en tener esta idea, pero creo que le ganamos desde hace ya más de una década cuando concebimos el proyecto”, afirma a SINC Ruvkun.

El secuenciador que los científicos del SET-G quieren enviar a Marte es una modificación de la ‘personal genome machine’ de Ion Torrent, una compañía fundada por el emprendedor Jonathan Rothberg que tiene como objetivo que esta máquina secuencie cualquier genoma humano en formato de bajo coste, por unos 1.000 dólares. 

Mientras que el SET-G cuenta con numerosas publicaciones científicas y participaciones en congresos internacionales de referencia, del proyecto de Venter no se sabe mucho más. “No existe ningún tipo de competición”, es lo único que ha asegurado a SINC la representante de Craig Venter, Heather Kowalski.

Intercambio de meteoritos entre los planetas.


Si existe vida en Marte, podría tener un antecesor común con la de la Tierra y por lo tanto estar basada en el mismo material genético. “Si asumimos esta posibilidad, es casi una tontería no buscar ADN o ARN en Marte”, explica por correo electrónico a SINC Christopher Carr, investigador del SET-G.

Esta premisa se sustenta en que formas microbianas de vida habrían viajado de un planeta a otro hace entre 4,1 y 3,8 mil millones de años, período en el que hubo un intenso bombardeo de meteoritos entre los dos planetas. “Marte y la Tierra han intercambiado millones de toneladas de rocas, casi todas en dirección a la Tierra, pero también al revés”, afirma Carr.

Varios estudios científicos han demostrado que los microorganismos pueden no solo sobrevivir a un impacto estelar, sino también “a las condiciones de vacío y de radiación del espacio si viajan en un cuerpo lo suficientemente grande”, defienden los investigadores del SET-G en sus artículos.

“Si la vida aparece en un planeta y hay intercambio de material con otro cercano, es más posible que la vida se ‘transfiera’ a que aparezca de nuevo”, asegura Carr. Esta teoría es consistente con que, en el registro fósil terrestre, las primeras evidencias de vida microbiana se hayan encontrado poco tiempo después –centenares de millones de años– de este período de intercambio de meteoritos.

El orden de las letras altera el producto.

“La técnica más utilizada para detectar vida microbiana en los ambientes extremos de nuestro planeta es la búsqueda de ADN, porque sus resultados son esencialmente definitivos”, afirma Ruvkun.

Secuenciar significa leer el ADN, es decir, “conocer el orden de los nucleótidos que conforman el genoma”, explica por teléfono a SINC Gisela Mir, responsable técnica del servicio de secuenciación masiva del Centro de Recerca Agrigenòmica (CRAG). Este centro de investigación fue de los primeros estatales en trabajar con Ion Torrent. “Es una tecnología basada en microchips como los que llevan los teléfonos y los ordenadores”, afirma la experta. Según detalla Carr, el microchip que ellos utilizan y enviarían a Marte tiene un tamaño de de 2x2 cm2 y 165 millones de pocillos donde ocurren en paralelo el mismo número de reacciones de secuenciación.

El plan de los científicos del SET-G es que, una vez en el planeta rojo, la misión empezará por penetrar en el suelo marciano para obtener una muestra de tierra o de hielo y secuenciar el ADN o el ARN que pueda contener. “A cuanta más profundidad mejor, pero a un metro de la superficie la radiación espacial ya está bastante atenuada”, afirma Carr.

Si la reacción tuviera éxito el siguiente paso sería enviar la información de vuelta a la Tierra mediante ondas de radio y compararla con las secuencias terrestres para saber cuál es su relación. “Como los dos planetas han estado aislados millones de años, la vida marciana habría evolucionado de una manera divergente a la de la Tierra y mediante estudios filogenéticos podríamos descartar una contaminación terrestre”, explica Carr.

Otras aproximaciones para la búsqueda de vida marciana.

Para Víctor Parro, investigador del Centro de Astrobiología, existen varios pasos previos a enviar un secuenciador a Marte. “Aunque la idea es interesante y potencialmente muy buena, están presuponiendo, no solo que hay vida, sino que su material genético tiene el mismo código de bases nitrogenadas y que puede ser reconocido por la enzima de la reacción”, explica a SINC.

“Evidentemente, cabe la posibilidad que los organismos que puedan existir en Marte no tengan ninguna relación con los terrestres”, admite Carr. Pero muchos datos apuntan a que la vida en cualquier punto del universo pueda utilizar los mismos ‘ladrillos de construcción’ que conocemos. “Hemos encontrado algunas de las bases o letras del ADN, como por ejemplo la guanina, en meteoritos y también hemos detectado el azúcar glicoaldehído, un precursor de la ribosa del ARN, en el espacio interestelar”, explica el investigador.

El equipo científico de Parro utiliza una aproximación distinta para la búsqueda de vida en Marte: trabaja con la tecnología SOLID (de las siglas en inglés Signs of LIfe Detector), un biosensor con anticuerpos capaces de reconocer más de 500 moléculas relacionadas con la vida, el ADN entre ellas. Este año publicó en la revista Astrobiology el hallazgo de un oasis microbiano a dos metros bajo la superficie del desierto de Atacama, “un análogo terrestre de la mineralogía de algunas zonas marcianas”, cuenta el investigador.

El científico opina que enviar un secuenciador a Marte es restringir las opciones de encontrar signos de vida en el planeta. “Para mí la secuencia lógica sería enviar primero un cromatógrafo de gases y de masas como el que tiene ahora el rover Curiosity, después un biosensor tipo SOLID y, solo si se detecta algo, plantearse el enviar un secuenciador o incluso traer muestras aquí”, afirma.

SOLID fue presentado por el equipo de Parro en el año 2005 para formar parte del instrumental del Curiosity. “Recibimos muy buenas críticas de la NASA, pero la agencia opinó que era demasiado pronto para ir a buscar vida –recuerda el experto–. A ver si hay más suerte ahora con las nuevas misiones”.

Diversidad de puntos de vista.

Dentro de la comunidad científica hay visiones aún más escépticas con este proyecto. Por ejemplo, para Norman Pace, investigador de la Universidad de Colorado y especialista en ARN y ecología de microorganismos, “la idea de secuenciar ADN o ARN en Marte es estúpida y solo tiene como objetivo captar la atención de la prensa y, quizás, de posibles inversores”.

El científico ha explicado a SINC que lo primero que se tendría que buscar es indicios de química orgánica y que, además, se debería profundizar demasiado en la superficie marciana para encontrar algo, “mucho más de lo que actualmente somos capaces sin usar explosivos que, de momento, están prohibidos”.

Ante las muestras de escepticismo, el equipo del SET-G considera que la NASA, que ha invertido en el proyecto centenares de miles de dólares, cree firmemente en la secuenciación como método para encontrar vida. “Nosotros apostamos por buscar ácidos nucleicos dentro de un contexto de búsqueda de vida mucho más amplio –especifica Christopher Carr–. Si lográramos detectarlos tendríamos que corroborar el resultado con otras medidas orgánicas o geoquímicas”.

Carr afirma que la tecnología Ion Torrent cumple todas las especificaciones para poder viajar a Marte. “Todavía no estábamos listos para la misión del Curiosity, pero sí que lo podemos estar para la siguiente. Todo dependerá de las prioridades de la NASA”, concluye.

Marta Palomo. Colaboradora de SINC. | 25 febrero 2013 09:30

Figura: Región de Reull Vallis en Marte. / ESA/DLR/FU Berlin (G. Neukum)

Noticia procedente del Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC). http://www.agenciasinc.es/


Enviado el Miércoles, 27 febrero a las 08:45:58 por divulgacioncientifica (1116 lecturas)
 
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